Valor del silencio
Fragmento del Diario de Santa Faustina Kowalska,
"La Divina Misericordia en mi alma", con comentario
Valor del silencio.
552 Además de los votos veo una regla importantísima; aunque todas son importantes, ésta la pongo en el primer lugar y es el silencio. De verdad, si esta regla fuera observada rigurosamente, yo estaría tranquila por las demás. Las mujeres tienen una gran inclinación a hablar. De verdad, el Espíritu Santo no habla a un alma distraída y charlatana, sino que, por medio de sus silenciosas inspiraciones, habla a un alma recogida, a un alma silenciosa. Si se observara rigurosamente el silencio, no habría murmuraciones, amarguras, maledicencias, chismes, no sería tan maltratado el amor (23) del prójimo, en una palabra, muchas faltas se evitarían. Los labios callados son el oro puro y dan testimonio de la santidad interior.
Comentario:
¡Qué hermosas palabras sobre el silencio!
Porque hay que saber que Dios comunica sus luces en el silencio y no en el ruido. Esto lo sabe Satanás, que en el mundo hace mucho barullo para distraer a las almas y que éstas no escuchen el llamado de Dios y sus inspiraciones.
Si los hombres hicieran un poco de silencio, no sólo exteriormente, sino también en sus almas, acallando la imaginación y el divagar de la mente, entonces el mundo cambiaría en poco tiempo, porque la humanidad anda sin norte porque no se detiene a pensar y a meditar un poco en silencio.
Al menos nosotros, católicos convencidos, tratemos de conservar el silencio y hablar sólo lo que sea edificante para el prójimo y para gloria de Dios.
Jamás debemos criticar ni murmurar, y menos herir con palabras a nuestros hermanos, sean quienes sean, incluso enemigos.
A unos nos costará más guardar silencio, especialmente a las mujeres, que necesitan comunicarse y hablar mucho. Pero vale la pena el esfuerzo, tomando el ejemplo de María Santísima, que también era mujer, pero que supo guardar celosamente el silencio.
Es que nos conviene a nosotros mismos porque Dios habla y comunica sus luces en el silencio. Por este motivo es también que faltan vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, porque el ruido del mundo moderno impide a los jóvenes escuchar la voz del Señor que los llama.
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